Las estrategias son varias y cambian con el tiempo. Por ejemplo, el Renault Fuego puede estar feliz de no haberse llamado R11 Coupe, según el actual criterio de Renault con la gama Megane. Y el Audi A5 de no llamarse A6 Sport, por ejemplo.
Luego están las sagas. Una marca puede perpetuar un nombre por generaciones aunque se trate de coches distintos (véase el caso del Corolla), suerte que no han tenido, por ejemplo, los Citroën CX, XM y C5, que ahora seguirían siendo Tiburones (DS).
Hay que asumir que hay Mustangs y Golfs Gti que tienen muy poco de lo que hicieron grandes a sus nombres. Y reconocer que los actuales 911 o Minis, por mucho que hayan cambiado con respecto a los originales, siguen representando un espíritu y una personalidad que los hacen especiales, llámense como se llamen.
El tema da para mucho, y más ahora que están de moda los coches-revival que lo único que heredan del original es la chapita con el nombre. Conviene no dejarse engañar por denominaciones y logotipos, porque mañana Ferrari podría llegar a un acuerdo para comercializar bajo su marca el Kia Picanto, y no quisiera acabar yo leyendo aquí posts sobre utilitarios.